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historias para no contar
Francis Ford Coppola vive, como lo ha hecho de una forma u otra desde que dirigió El Padrino, en 1972, en todo su esplendor. O algo así. En las últimas cinco décadas, "Coppola se ha declarado en bancarrota" al menos una vez y ha sido expulsado de Hollywood otras tantas.
Un esplendor relativo. Su residencia principal se encuentra en el Valle de Napa, en los terrenos de un viñedo de antaño fructífero, Inglenook, que el cineasta lleva 47 años intentando encumbrar de nuevo. Hay aquí un viejo gran château, donde antes se hacía el vino, y unas instalaciones de última generación donde se hace ahora. También hay una cochera que alberga una sala de edición y su archivo cinematográfico personal —guiones técnicos de The Cotton Club, Jack y The Outsiders; la notación musical de Drácula de Bram Stoker; documentación para El Padrino Parte III. Hay una casa enorme de dos plantas para invitados en el musgoso límite de la propiedad, donde sus hijos se quedan a menudo, y una vieja casa victoriana construida por un capitán de barco, donde los Coppola criaron a su familia y donde aún hospedan a sus visitas, ya que se construyeron otra casa para vivir. Hay bandadas de pavos salvajes que deambulan, enredaderas y una fuente exterior diseñada por Dean Tavoularis, encargado de la producción de El Padrino. Casi en cada rincón de este lugar hay algo bello: una primera edición de Hojas de hierba; un cuadro de Akira Kurosawa o Robert De Niro; una foto de la hija de Coppola, Sofia, abrazando al viejo amigo de de su padre, George Lucas.
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